sábado, agosto 12

Guillermina y los fungi: el verde resplandor de nuestro imaginario


Pensé tantas veces en las posibilidades de habitar la literatura, de habitar esos resquicios hermosos del planeta que leía en aventuras, castillos medievales, la ciudad de París y sus recovecos, jardines europeos enormes con laberintos, selva amazónica indomable, todo ese ideal ajeno se instala en las mentes lectoras y perdura a través de los años como una bitácora de lo que soñamos y de lo que quisiéramos conocer.
Por el oficio que todos hemos tenido alguna vez, ese de leer cuentos antes de dormir, llevo un tiempo atendiendo con cautela los libros infantiles y apenas comencé la lectura de Guillermia y los fungi (Spiralia 2017) me sentí cómoda, nunca una aventura se iniciaba en un bosque de arrayanes, un bosque de arrayanes que abre nuestra memoria fotográfica y nos instala en ese lugar, en esa humedad y ese olor. Qué necesario es ese ejercicio de poder evocar mientras se lee, qué necesario es para nuestras niñas y niños poder constatar que aquello que  leemos en un cuento no está cruzando un océano de distancia. En este sentido este cuento nos entrega nuestras propias vivencias y entrega también el escenario a nuestros hijos en hijas.

Margaret Meek en su libro En torno a la cultura escrita nos dice que “A partir de los cuentos que escuchamos siendo niños, heredamos las formas de hablar sobre lo que sentimos, los valores que parecen importantes y los que nos parecen ser la verdad” en este sentido este cuento es un llamado a mirarnos desde dentro y quedarnos en este  estallido de verde que nos rodea. La joven autora Antonia Suarez, logra atraparnos con la historia, logra que abramos las cortinas de nuestra infancia, de nuestros propios caminos recorridos y por sobre todo entrega la posibilidad cierta a niños y niñas de habitar su literatura.

Actualmente tenemos muchas alternativas en cuanto a libros infantiles se trata, una oferta que no escatima ni en gastos, ni en precios, quizás sea también necesario dejar de pensar en ese estallido del papel couche y abrirle paso al resplandor de nuestro imaginario, porque este de seguro se convertirá en la bitácora de niños al otro lado del océano.