martes, noviembre 29

En defensa de la selva valdiviana, aproximaciones escultóricas para transitar otros caminos



Abordar una temática como la naturaleza en el arte suele ser repetitivo, un lugar común en donde lo figurativo es igual a nada, pensando que nada es igual a sin intención; entonces se piensa en ese verso tan renombrado de Huidobro, para qué cantáis la rosa oh poetas/ hacerla florecer en el poema... lo cierto es que hay veces que lo figurativo cansa, pero hay otras en que realmente deslumbra, conmueve.
Por la tarde del jueves 17 de noviembre se inauguró la exposición de esculturas; En defensa de la selva Valdiviana de Angélica Romero; a primera vista muchos animales, ojos enormes, colas, orejas, colores de maderas, olor a mañío, laurel, alerce; ya en un segundo paso la interacción es inevitable, tocar, acariciar, olfatear, sentir cada espacio de la gubia en los pliegues de las maderas expuestas. Entonces se hace necesario reflexionar en torno a la creación, a esa creación secreta, íntima, que nace en las cuatro paredes de un taller, porqué el único conductor que existe entre la intencionalidad del artista y el espectador es la emocionalidad que transmite el objeto artístico, por lo menos es lo que se pide cuando se entra a una exposición o se escucha un disco musical o se lee un libro. “El artista es la mano que, mediante una y otra tecla, hace vibrar adecuadamente el alma humana.” estableció Kandinsky hace varias décadas atrás y es eso lo que justamente encontramos en las esculturas de Angélica Romero porque no solamente vemos reproducciones de figuras animales, si no que visualizamos respeto, denuncia, entrega, valentía y compromiso con toda la energía natural que nos envuelve, y es que no hay que olvidar que habitamos Valdivia, que convivimos con hualves y frondosidades fantásticas y de eso hay que hacerse cargo, de alguna manera debemos ser integrantes activos del lugar que habitamos, de alguna manera debemos incorporar en nuestra cotidianidad el sentido de pertenencia y desde esa comarca mirar y abrazar el mundo. El trabajo de Angélica Romero lo logra, queda de manifiesto en las 12 esculturas que nos entrega en esta exposición, porque hay magia en ellas; magia y poesía, dos aspectos tan necesarios en estos tiempos en donde estamos bombardeados por destellos fugaces de abstracciones irresolutas y amalgamas medio huérfanas. Ella, logra transitar por el camino más olvidado. En este momento preciso de nuestra historia Ella valientemente nos recuerda que los árboles para tener copas primero deben tener raíces.

** Publicada en Revista Radio Seis