domingo, junio 6

Karra Maw’n de Clemente Riedemann: Las metáforas son siempre certeras.

Situarse en plena fertilidad de tierra, cuando ha pasado tanto tiempo, cuando casi todas las líneas han sido desdibujadas, cuesta, cuesta abrirse paso hacia el tallo a punta de ondasmagnéticas y sequía de aire provocada por los electrodomésticos, pero acá estoy, desperezándome, abriendo el libro que enrostrara lo que somos; Karra Maw’n
(Ed.  Alborada, Valdivia 1984 )de Clemente Riedemann. Este es ciertamente un libro clave dentro de la poesía del sur de Chile pues sin duda alguna es sustancial para lo que se denomina antropología poética, hay en estas hojas escritas de poesía y verdad una necesidad de comprender este hibridaje que somos. La configuración del discurso de Karra Maw’n se dispone a partir de elementos trascendentales como la historia y la lengua propia de los mapuches conformando así un croquis convergente de nuestra pluralidad, la que se manifiesta claramente en los distintos discursos, discursos con cargas culturales que se enfrentan constantemente;

“… cuando vieron muchos hierros y caballos
¡WINKA! – dijeron,
¡KIÑE PATAKA WINKA PIKUNPÛLE! – DIJERON,
Y fueron a consultar al guardador de secretos y leyendas:
“NIELOL DUGUTUM TRALKAN”
Y sintieron temor.”
La primera parte de Karra Maw’n nos transporta a ese lugar idílico en donde se aloja el mundo antes de la llegada de los españoles, el mundo antes de la contaminación el mundo de Karra Maw’ n que en mapudungu significa  “el lugar de la lluvia

“No era baldía aquella tierra
Bastaba con mirarla, sostenidamente
durante tres o cuatro lunas
y reventaban en los tallos las metáforas
Apenas con poner
un gramo de roja tierra en la palma de la mano
acontecían cerezas.
Hablar en mapudungu,
murmurar apenas la lengua de la tierra
era hacer vibrar en el aire
la canción de la tierra.
Poesía hermética para el académico.
Poesía elemental para el habitante de la ruka:
como respirar de cara al puelche
o sacar peces del estero.”
Karra Maw’n posiciona al lector frente a una pantalla de cine por donde se va contando la historia, primero el pueblo araucano, la tierra, la fertilidad, luego la llegada del winka, la sangre vertida, todo frente a nosotros pasa, pero ¿cuánto estamos dispuestos a aceptar de esas imágenes a la que nos remite la lectura? el pasado, es persistente y los discursos son irreconciliables, incluso hoy en día, esa es quizás la mayor significancia que posea este libro porque con él se despliega nuestra herida más grande, la lengua, cómo fuimos perdiendo una lengua, cómo fuimos ganando otra, cómo fuimos creciendo escuchando otras más, y es que somos esa infusión de hierbas al amanecer.
Riedemann logra crear una atmósfera sorprendente, nos envuelve, nos toca, nos lastima a veces, pero nos abraza también, Karra Maw’n es un espacio simbólico de nuestro propio trayecto, nuestra historia emplazada en el sur de Chile, caótica historia, violenta historia, historia de Sur.

“Primero estuvo el barro, después hubo adoquines:
Miles de esos cuadrados impertérritos
Que aun perviven en las calles más oscuras.
Pero quedó la fiebre debajo.
Debajo está el sudor y la peste,
el primer azadón quebrado en la cancahua.
El martillo y el serrucho están debajo,
debajo quedó también el sueño
(Si levantaras un adoquín entre tus manos
verías los ojos del colono
mirarte desde el fondo del oscuro cuadrado).”

Ciertamente no se puede pasar de este poemario, hay que abrirse a este mundo, que no es muy distinto a este presente, quise esta vez esbozar apenas lo que significa comprender nuestra pluralidad con la que ahora vivimos, con la que crecimos y de la que somos parte, Karra Maw’n de Clemente Riedemann no solo lo esboza, sino que lo enrostra, lo grita sin cobardía y el lector se queda absorto como frente al espejo por las mañanas.
Texto publicado en el 4° número de Revista Trepidante 2010

jueves, febrero 4

Aliwenko


Dicen que las personas están marcadas por las líneas de la mano, que las almas son viejas cuando estas son muy intensas. Ella no sabe realmente si su alma pueda caber en sus manos, de hecho, ni siquiera lo piensa, pero hay algo que la distingue de los demás, un dejo, una especie de calma absoluta que la ronda cuando pasa las tardes en su jardín.
Esa mañana, la siguiente de la celebración, despertó ausente, lánguida por el sueño. Algo dolía adentro, algo se indignaba mientras iba atendiendo los almácigos de sus flores, algo le rasgaba la espalda, le ardían sus pómulos altos, le pesaba el pelo negro.
En el instante justo en que rozó una espina, comenzó a diluirse, sentía su cuerpo húmedo, no lloraba pero brotaban lágrimas de sus ojos, quiso sentarse en medio del charco que había dejado, pero no pudo caminar, sus pies se habían convertido en un hilillo de agua que cruzaba el jardín y se iba directo al río, intentó estirar sus brazos hacia las calas y descubrió que de sus manos salían ramas y raíces, que las líneas, esas marcadas que tenía, se iban convirtiendo poco a poco en un espeso ramaje, sus extremidades ya no existían, su sexo era líquido, toda ella era líquida.
La noche que sucedía a esa tarde estaba calma, secreta entre los tulipanes, jazmines y algún caracol inquieto.
Ella ya no existía, la médula de sus huesos se había vuelto savia, las líneas de sus manos se abrieron en un ramaje frondoso y blanco, ahí estaba en medio del riachuelo, alzado sobre el agua, ya no dolían las heridas de su historia, ahora su historia vivía en cada ramaje/vena, se convirtió en el árbol sagrado que guarda las lágrimas de sus antepasados.
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