domingo, junio 17

Mínima Dosis

“Primero hay que saber sufrir,
después amar, después partir
y al fin andar sin pensamiento”
Tango (Naranjo en flor)

Dos meses antes de su muerte encontré por fin el primer film de Pina Bausch, y hasta donde tengo entendido el único “Die Klage der Kaiserin” (El lamento de la Emperatriz); lo revisé detenidamente, observé cauta cada movimiento, cada pedazo de cuerpo humano moviéndose a tiempo y a contra, pero hubo una imagen que me cautivó, que me sostuvo presa del casi sortilegio por varios minutos, una tela blanca agitándose por una mujer sin rostro sobre un fondo negro, luego Pina Bausch en una suerte de pecera quebrándose doliente y bella frente al lamento del agua; recordé enseguida un verso de Malú Urriola que adoro hasta estos segundos: “…Y por cargar este deforme destino he aprendido a desprenderme de las gentes / como se desprenden las plumas de los pájaros, las palabras de las palabras y las hojas del viento.”. Y es que creo que la misma esencia poética hay en “Bracea” (LOM, 2007) y en ese fragmento del film de Pina Bausch, ese querer huir a fuerza de pura rabia y melancolía, esa pequeñísima fracción de segundo en que el desequilibrio es refugio sublime; porque querámoslo o no, es lo único verdadero que nos va quedando.
A medida que me voy adentrando en la lectura de “Bracea”, voy encontrando ese desequilibrio, esa bondad mágica de la palabra descarnada, de las imágenes vueltas a los ojos desnudos, para abofetearnos en la mirada débil “Cuando la vi supe con esa certeza incierta que era un reflejo de esta vida que he sobrevivido, escuchando risotadas a mis espaldas, mientras me alejo caminando con mis tres piernas”. De pronto, y casi sin darme cuenta, estoy envuelta en un mundo sorprendente, acá no hay seres mitológicos, aunque bien podrían serlo, hay personajes y situaciones monstruosas sobrellevando un cotidiano que aterra pero que de igual forma conmueve.  Hermanas siamesas compartiendo un corazón, un hombre con medio cuerpo y otros con una tercera pierna, dos madres y un padre, un perro moribundo tras la furia del tren; imágenes paralelas a la línea de la belleza, todo un mundo hermosamente perturbado por la fracción de segundos que hace de la locura la perfecta esquina para situarse a observar las páginas de este libro; y es que hay que distanciarse de la razón, hay que huir de ella como huyen las perdices del ojo humano, sólo de esa forma nos reconoceremos  en la poética de este libro “La vida es un animal que muta todos los días. Y una piensa que los días son los mismos, iguales. Pero yo veo a la vida todos los días y casi nunca un día ha sido igual a otro. Ni una noche, ni una tarde”.
Es igual que en ese fragmento de la película de Pina Bausch, es esa misma sensación de espanto y ternura; es sólo el acto de quedarse con la pupila pegada a un movimiento y saber que ese mínimo espacio contiene todo el delirio aprisionado en el cuerpo. Una mujer sin rostro hace girar en ella misma una tela blanca sobre un fondo negro. Una bailarina quiere terminar de danzar en el agua detenida de una pecera. Unas hermanas siamesas conocen y prueban el amor, la pena, el desarraigo. Dos niñas buscan igual que la bailarina ese sueño de agua, volverse líquida por un instante y bracear y fluir en la voluptuosidad “Nuestro cuerpo es como un corcho abandonado a los requerimientos sensibles de las aguas./ Nada tan desconocido, tampoco. La vida en tierra también me hacía flotar como una hoja abandonada a los requerimientos de la vida”

Bracea de Malú Urriola y Die Klage der Kaiserin de Pina Bausch llevan consigo esa senda dibujada de la gota de lluvia en la ventana, el camino imaginado que se debe seguir por lo menos una vez en la vida para después andar sin pensamiento, como propone el tango, hay que adentrarse sin miedo al desequilibrio, hay que beber una mínima dosis de locura, sólo en ella es posible reconocerse en los espejos de medianoche, sin temor al puñetazo en mitad del pecho.

Texto publicado en Revista Babuino. 2011