Para los entendidos en
la materia un Kiltro es un perro sin pedigree, una mezcla de razas, un mestizo.
Para los no tan entendidos un kiltro es un perro fiel, uno que te sigue en
todas, de esos que “apañan” a toda hora, en cada momento; de esos que están en
cualquier lugar; menos en el centro.
Abro la ventana
entonces y a primera página, aparece la escena casi divina de la provincia,
pero no de esa pintada en cuadros de acuarelas, no de esa provincia medio ajena
que nos predispone casi a un paréntesis medio etéreos o por lo menos demasiado
lisonjeros. Hablo de la provincia de verdad, de esa secreta mixtura que se
mueve entre lo lúdico, lo misterioso y lo terrenal, como los cantos a lo humano
y lo divino.
En Kiltros de Javier
Milanca encontramos ese manejo insondable del folclore, hay en este libro de
cuentos esa nomenclatura perfecta entre la audacia y la inocencia; nomenclatura
que nos lleva necesariamente a una poesía deslenguada y cercana, pero ojo, no
cercana para cualquiera, sino que cercana para nosotros, porque acá la palabra
se abre como caña de tinto en las mañanas, y quien no entienda esa metáfora es
porque simplemente no conoce de periferias, porque querámoslo o no, ser de
provincia es estar en la periferia y hay que siempre alzar la diferencia como bandera
de lucha y Milanca logra en este libro enrostrar esa diferencia como común
denominador de lo que llamamos diversidad cultural, porque acá no se habla solo
desde ese matiz pintoresco, acá se propone a la deriva, a la esquina, como
espacio simbólico de pensamiento y sobrevivencia.
Hablar de la narrativa
de Javier Milanca, es hablar de condimento puro, hay sabores más allá de la
piel que se agitan en la cabeza lectora y descuelgan desde la misma en racimos
de inquietantes ideas, hay orgullo en estas páginas escritas, hay identidad gatillando cuestionamientos, impugnando certezas, hay una
voz concreta que se abre paso entre bosques y cementos para gritar desde sus
propios vértices sanguíneos que existe, que está ahí, que dice y que construye
con la palabra, porque acá no hay paralelismos de tiempo ni de espacio, acá hay
una realidad, cruda y desafiante y desde ese cariz Kiltros de Javier Milanca
toma ribetes trascendentales dentro de la narrativa del sur de Chile, no solo
por la temática de los cuentos, si no también por los epígrafes que van de alguna manera
guiando la lectura hacia otras esferas de comprensión; las que no tienen solamente
que ver con una apreciación estética de la obra, sino más bien con una
apreciación histórica y social de esta.
Quien canta su mal espanta, canta
Francesca Ancarola, quien escribe su mal, lo hace desde la desvergonzada
certeza de saber que hay otros acompañando la ruta, que hay otros kiltros
fieles abalanzándose en contra de esa rarísima idea de progreso que nos
envuelve, mientras los otros los de raza fina pasan sus días despellejándose en
paseos de mall y juegos de ruleta en el casino.
Abra usted lector estas páginas
de greda y reconozca en ellas cuánto de mestizo hay en su alma. Pero tenga
cuidado; no vaya a ser que Javier Milanca lo pille confesado y recuerde
siempre, el pedigree corre peligro.
**(presentación del libro: Los Lagos, abril 23 de 2010)